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Resulta que al final llevo
la cuenta de mis años
y tengo cuarenta y ocho.
(Dejad de insistir, todavía no tengo
los cuarenta y nueve).
Cuarenta y ocho entonces,
ni uno más ni uno menos,
pero, a la vez, de alguna forma
algo extraño me dice que
sigo teniendo quince,
o a lo sumo dieciséis.
Un inocente chico en todo caso,
tan pequeñito y débil,
que no puede soportar esta carga
donde se aprovechan de su juventud
todos los putos dolores del mundo.
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