NOVEDOSA TÉCNICA PARA CORRER O LA ENFERMIZA NECESIDAD DE UN WASABI IMPOSIBLE

Los tiempos de la abundancia habían desaparecido, como desaparece un hombre joven para dar paso a un anciano que se lamenta de lo rápido que pasaron los días felices.

La necesidad aguza el ingenio, eso dicen. Cuando nos quedamos sin carburante, los ingenieros, en un alarde alquímico, convirtieron la basura en combustible. Pero sin comida en nuestras alacenas la basura empezó a escasear y nuestros métodos de transporte quedaron de nuevo inmóviles. Hicimos que los caballos dieran el paso desde el anacronismo por el que trotaban despreocupados a ser los motores de nuestros pesados vehículos. No tardó en llegar el día en que el hambre fue más imperiosa que la puntualidad y tuvimos que sacrificarlos para comernos su correosa carne, que galopó por nuestros estómagos siguiendo un camino desde el asco hasta las más espantosas diarreas. Valoramos una solución cánida, pero los perros, cómodamente aposentados en sus puestos de guardianes fieles y compañeros leales, no tuvieron a bien deslomarse arrastrando pesados medios de locomoción cual trineos mastodónticos ni formar parte del menú, así que regresaron como hijos pródigos a los montes para perder cualquier rastro de civilización y no ser menos que sus primos más salvajes. Los gatos siguieron ronroneando, ajenos a todo, aun dentro de nuestros avergonzados estómagos.

Sin embargo, acudir diariamente y sin retraso a nuestros ya inútiles trabajos nos seguía pareciendo importante y como no podíamos hacer otra cosa empezamos a correr. El honor de ser los primeros en llegar a nuestras oficinas recompensaba el estar todo el día sudados y tener las suelas de los zapatos desgastadas.

Confiar en nuestra velocidad fue un desastre empresarial. A pesar de nuestros bípedos esfuerzos siempre llegábamos tarde y las multitudinarias maratones matutinas eran del todo inútiles.

La solución para que mis jefes me tuvieran en más estima y los reproches de mi mujer se desvanecieran era simple, tenía que correr más deprisa. Y lo hice. Tras varios días en los que sólo conseguí llegar extenuado habiendo arañado unos míseros segundos, mis piernas, azuzadas por el esfuerzo, dieron unas zancadas más largas de lo normal. Los tobillos, las rodillas y la cadera se flexionaron más de lo acostumbrado y me permitieron avanzar más rápido sin mayor esfuerzo. Así, pude llegar antes que nadie al puesto de trabajo y empezar a redactar los informes cuando mis compañeros todavía estaban subiendo las escaleras, exhaustos y envidiosos. También pude regresar muy temprano a casa para degustar la inexistente comida que mi abnegada esposa me preparaba con tanto esfuerzo y dedicación.

Algunos de mis compañeros empezaron a copiar mi forma de correr pero sin conseguir llegar a mi nivel de velocidad. Esto sirvió para que perfeccionara mi técnica y mis piernas se flexionaran más y las zancadas fueran más largas y eficaces. Ya me desplazaba más deprisa de lo que cualquier otra persona en el mundo lo hubiera hecho y podía igualar a cualquier vehículo que alguna vez hubiéramos construido.

Me encontré con mucho tiempo libre que aproveché en traspasar las fronteras de nuestro pobre país y llegar a lugares más prósperos, de los que siempre regresaba con algún obsequio para mi mujer con los que deleitar su necesitado estómago. Un mango, unas sardinas asadas, un plato de espagueti a la boloñesa, una paella repleta de marisco fueron algunos de los manjares que puede traerle sin que se hubieran enfriado cuando llegaron hasta ella.

Sus gustos se hicieron más refinados y exquisitos, siendo cada vez más difícil sorprender su satisfecho paladar. Tras haber probado los platos más elaborados, tras haber sentido en su garganta las cosquillas de las especias más selectas, tras haber devorado los manjares más contundentes, tras disfrutar de un horror vacui gastronómico, se encaprichó del minimalismo de la cocina japonesa. Soñaba con un solitario trozo de sonrosado atún en un plato enorme con una pequeña bolita de wasabi.

Nada podía consolarla, ningún alimento le hacía olvidarse del deseado sushi. Y el asunto era más grave porque no quería ninguna versión autóctona, quería comida japonesa cocinada en Japón por japoneses racialmente puros.

Ella no podía entender que por muy veloz que fuera no podía correr sobre las aguas y salir de los confines de este continente. Podía ser el primero en embarcarme en algún navío, pero tenía que hacer la travesía completa de una forma tan lenta y tediosa como el resto de pasajeros.

Durante todo este tiempo, he seguido yendo a trabajar todas las mañanas, intentando hacerlo cada vez más deprisa hasta que sea tan veloz que pueda correr sobre las aguas sin hundirme. Sin embargo, soy consciente de que ésta es una carrera inútil en busca de un sushi inalcanzable y un wasabi imposible.

Comentarios

  1. Bonita idea la del wasabi.

    Sobre todo la de alguien que persigue algo que sabe inalcanzable (es difícil hacer eso sin caer en la depresión)

    Quizás debería plantearse la posibilidad de decir "no" a su mujer.

    Vuelves con un post pesado después de tu ausencia.

    Quizás al principio de la entrada desvarías un poco, como si te hubiese costado encontrar el norte.

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  2. Acaso ese inalcanzable sushi con su bola de wasabi no sea más que una sutil metáfora de la perfecta obra de arte que todo creador busca sabiendo que nunca la conseguirá. El talento y el oficio al final sólo sirven para acercarnos a lo idealizado, pero no bastan para atraparlo.
    Feliz regreso, don Cesare.
    Juntacadáveres.

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  3. "Los tiempos de la abundancia habían desaparecido, como desaparece un hombre joven para dar paso a un anciano que se lamenta de lo rápido que pasaron los días felices."

    Sólo por esto merece la pena reencontrarse con usted tras tanto tiempo... Y no expondré mis teorías al respecto de la inútil carrera, ya se conoce usted mis tendencias izquierdosas, y esto acabaría en un Termidor cualquiera, pero eso es otra historia...

    Saludos!

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  4. Para Bernardo:

    No es que me haya costado encontrar el norte, es que ni me he acercado a él. De hecho, el marido y la mujer saben muy bien lo que hacen, yo soy el único que está realmente perdido.

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  5. Para Juntacadáveres:

    Usted sabe que, si acaso lo del wasabi pudiera ser una metáfora, desde luego no ha sido sutil. Pero no se preocupe, voy a seguir corriendo intentado alcanzar algo que ni yo mismo se lo que es. Le agradezco sus palabras.

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  6. Para Vaaltre Claudio:

    También me ha agradado el reencuentro. Sus tendencias son conocidas y bienvenidas. Aunque mi mes favorito siempre ha sido Brumario.

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