HALLOWEEN
En
su momento la idea debió resultar obvia. Un solo día para celebrar Halloween no
era suficiente.
Y
fuimos dejando que, poco a poco, los días cercanos a la fiesta se contagiaran de
su espíritu. Pero, una vez abierta la veda, esta enfermedad de caramelos y
espectros fue imparable. Las ganas de disfraces lúgubres y sustos orquestados
no encontraban fin. Desde el epicentro del 31 de octubre, la telaraña fue
extendiéndose a lo largo de todo el año. Los esqueletos caminaron a través de
las semanas y los meses, incansables. La mancha de sangre falsa no paraba de
extenderse y en esta noche eterna los disfraces pasaron a ser la indumentaria
normal. El verdadero signo de dejadez en las casas no era que hubiera telarañas, sino su ausencia. Y
las golosinas y las historias de miedo no necesitaron un motivo para estar
presentes a cualquier hora de la noche y del día.
No
sé cuántos años pasaron hasta que el hartazgo asomó tímidamente el morro. Pero
fue suficiente un pequeño comienzo para que la espantada fuera general. Un
entusiasta de fiestas más modernas y adultas, se atrevió a decir que Halloween
era algo anticuado y todos, raudos, le dieron la razón. Alguien se quitó el
disfraz de bruja y estos atuendos empezaron a desvanecerse como por hechizo. Y
otro metió una calabaza en una olla y a todas se les borró la sonrisa
truculenta de sus superficies anaranjadas.
Los
disfraces se guardaron, las guirnaldas se tiraron y las caras, limpias de
maquillaje, fueron en busca del sol que, a pesar de llevar un tiempo sin ser
usado, no había perdido su brillo.
Pero siempre hay a quien no le gustan los cambios y
algunos se quedaron atrapados en un pasado inmutable, una eterna noche de
sombras. Estas criaturas nos observan desde oscuros rincones, inalterables, viejos
anticuados con caras aniñadas, anhelando la calidez recién adquirida de
nuestros cuerpos. Nosotros los tememos y hablamos de ellos en susurros, sin
poder darles un nombre que ya hemos olvidado.
Todos echamos el ancla en aquellos momentos en los que fuimos felices. Propongo que sea siempre Carnaval, como diría una buena comparsa gaditana.
ResponderEliminarY a Césare, en qué momento eterno le gustaría vivir?
Difícil pregunta y difícil respuesta. Quizás en algún momento indeterminado del otoño. Al contrario que Camus todavía no he encontrado un verano invencible que habite en mi interior.
ResponderEliminarQuizás seas una primavera eterna que sueñas ser otoño ¿Qué sería del poeta sin su melancolía?
ResponderEliminarEstimada Esther, la verdad es que no lo tengo claro. Lo que dices de la melancolía es completamente cierto. Gracias por comentar.
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