MADERA

En un año indeterminado de un siglo pasado, monseñor Agustín de Monfort i Sastres le propuso al Rey Ataúlfo el Complaciente reunir todas las reliquias de la cruz donde murió nuestro señor Jesucristo para con ellas construir una escalera que, decía, llevaría a quien por ella subiese al mismísimo cielo. El rey ascendió por los peldaños y ya no volvió a ser visto y, sin nadie que gobernara el reino, éste cayó en la anarquía. La escalera fue derribada y sus restos convertidos, de nuevo, en reliquias.

Un clérigo de la orden de los eduardinos, Lope de Mediavilla, le propuso al Rey Jeremías el Crédulo recuperar todas las reliquias de la escalera para armar un barco y buscar las costas donde los ángeles se bañaban bajo la mirada del Creador. El barco, con su real pasaje, fue zarandeado y destruido por las tormentas de mares que no tenían nombre.

Las reliquias fueron llegando a las costas de este reino cada vez más pobre, hasta que el abad Godofredo de Teluria le propuso al Rey Crispín el Engañado que las recogiera para hacer una nueva cruz donde crucificar a alguien puro, para que el reino recobrara, por gracia de Dios, la gloria perdida.


Mientras los hombres del monarca recorrían los pueblos buscando al elegido, los árboles miraban al cielo, inmóviles, intentando pasar desapercibidos.


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