NANA PARA PERSONAS DE MEDIANA EDAD

Todos duermen,
nadie piensa en ti, nadie te desea ningún mal.
Duerme.
La hipoteca duerme,
los números rojos duermen, tu jefe y sus amenazas de despido
también duermen.

Las sábanas y mantas de tu cama
están pagadas, duerme tranquilo.
Con cada recibo del armario,
de la cómoda, de la mesita de noche,
se fue un trocito de tu alma,
pero ya no pueden quitarte nada más.
Duerme. Duérmete.
Las luces están apagadas, no
consumen electricidad, que está tan cara.
Sólo el frigorífico monta guardia, pero
en su interior nada brilla, nada está iluminado,
apenas hay gasto.

El despertador y el teléfono callan,
abrazados juntos en su lecho
de cables y numeritos diminutos.
Los cafés están tras el horizonte,
aún por hacer, fríos,
las tazas por un lado, el agua por otro,
fría.
Las preocupaciones están en paradero desconocido
y nadie las busca, duerme.

No te puedo decir si
después del sueño te espera un lunes o un domingo,
si te tocará ver a
tu hijo (ese que tienes a plazos)
o si intentarás ligar
con ademanes obsoletos, de otro siglo.
Pero no te preocupes,
duerme. El día aún no tiene nombre,
es un conjunto de horas
desorganizadas, sin un objetivo común,
una orquesta afinando
los instrumentos, esperando una partitura que no llega.
Duerme, las facturas no están escritas,
el escenario de tus problemas no está ensamblado,
tu jefe no recuerda por qué  te quiere despedir.

Duerme
y sueña con que duermes.
Sueña con camas,
con alcobas, con gorros de dormir,
con párpados tumbados,
con fugas de saliva, con movimientos que no controlas.

Duerme, José López. Duerme, Teresa García.
Duerme, Eduardo. Duerme, Dolores.
Duerme.
Duérmete. Duerme.


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