LA RUBIA DEL METRO
La
rubia del metro se pasea con descaro y determinación por el andén sabiendo que
los demás viajeros la miran. A veces lleva un atuendo peculiar, puede que alguna
prenda vagamente erótica o incluso viste la camiseta de un extraño grupo de
música que nadie más conoce, pero nunca pasa desapercibida. Deambular entre las personas que esperan, rozándose
levemente con ellos, tropezando distraídamente con unos y otros, evita que los
carteristas puedan robar a los despistados al interponerse entre ellos y sus
víctimas.
Pero
esto podría hacerlo cualquiera, hay peligros más graves a los que hacer frente.
Cuando el retraso de los trenes y el hacinamiento provoca que todos los que están
esperando en un andén se toquen unos a otros, de tal manera que forman una sola
masa, es el momento que aprovechan las criaturas inmundas que habitan en la
oscuridad de los túneles del metro para devorar a ese amasijo de carne humana.
Estos
seres son muy voraces (tanto que no tienen nombre porque se lo han comido también
y, por lo tanto, no hay forma de poder referirnos a ellos) y no sacian su
hambre con meros individuos; por eso esperan a que compongan un vasto conjunto
de cuerpos para tragárselos de un solo bocado.
La
rubia del metro, al moverse entre los que esperan, evita con su vagabundeo que
se forme una masa única de gente que pueda ser absorbida por los monstruosos
habitantes sin nombre de los túneles.
Y
mientras los pasajeros la miran, admirando su cuerpo o preguntándose qué música
interpretará esa banda cuyos miembros los miran desafiantes desde una camiseta
negra, desconocen cuán cerca han estado de la muerte y cómo las curvas de la
chica rubia o la música de otro mundo los han salvado de una muerte atroz.
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