LADRIDOS

Mi novia era muda pero esto nunca supuso ningún problema. No necesitábamos las palabras para nada. Cuando me acercaba y le propinaba un par de caricias su cara componía una cierta expresión que me indicaba que pronto estaríamos enzarzados en un combate cuyo fin era la derrota de ambos. Yaciendo debajo de mí, con la capitulación en sus puertas, su boca soltaba un gemido silencioso, un gemido que no llegaba nunca a brotar de su garganta. Esto quizás no es del todo cierto pues, ese grito que yo no era capaz de oír, hacía que todos los perros del vecindario se pusieran a ladrar al unísono. Escuchar la algarabía perruna era la confirmación de que mi penetración no había caído en saco roto. Por la agitación de los canes podía medir su grado de satisfacción y, también servía para descartar que pudiera fingir sus orgasmos.

No había posibilidad de engaño. Una tarde, pasando por su barrio, escuché que los perros lanzaban unos tremendos alaridos y supe qué había pasado. Al llegar a su casa, ya se había impuesto un silencio total. La encontré distante y, cuando mis manos quisieron entablar una conversación con su cuerpo, la expresión de deseo no se asomó a su cara. Apartó mis manos y, a partir de ese momento, nuestra relación se enfrió.

Durante días estuve espiando su casa hasta que los perros, unidos en un coro estruendoso de ladridos, me comunicaron que tenía visita. Vi salir por su puerta a un tipo que portaba un bastón blanco pero que no parecía tener problemas de visión. No pude contenerme y le abordé. Era bastante hablador y me contó que después de echar un polvo, durante unos momentos, recuperaba la visión. Por supuesto, no le creí pero, mientras hablábamos, sus ojos se volvieron blancos y dejaron de apuntarme. No tuve otra opción que tomarlo del brazo y acompañarle hasta su casa.

Me he mudado a un vecindario donde no hay perros. Como si estuviera siguiendo un juego del que sólo vislumbro las reglas, he buscado hasta encontrar una novia que fuera sorda. No sé qué espero conseguir pero, mientras nos entregamos a la lujuria, susurro palabras de amor en sus oídos inútiles. Aún no se ha producido ningún milagro y, además, creo que ella finge sus orgasmos.

Y los perros seguirán ladrando.

Comentarios

  1. "Hagan como se hace en todas las Iglesias de los santos: que las mujeres estén calladas en las asambleas. No les corresponde tomar la palabra. Que estén sometidas como lo dice la Ley, y si desean saber más, que se lo pregunten en casa a su marido. Es feo que la mujer hable en la asamblea."

    [San Pablo, 1 Cor 14, 34-35]

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